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Centroamérica cuenta, la gente también cuenta.

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Arbol de la vida.

Arbol de la vida.

Marta Susana Prieto.

San Pedro Sula, Agosto de 2016

            Llegué a Managua el domingo por la tarde para asistir a “Centroamérica cuenta”, el evento organizado por Sergio Ramírez que propiciaría un diálogo entre más de setenta escritores, artistas y miembros de varias otras disciplinas durante ocho días. Tantos años hace que estuve en Nicaragua, de paso hacia Costa Rica, que ya había olvidado el paisaje. Esa noche, libre de compromisos,  quise dar un vistazo a la ciudad. Aproveché el pretexto de asistir a la clausura de cierto evento poético al cual me invitó un compatriota hondureño, en la “Plaza de Colores”. Según mis pesquisas, el lugar quedaba en el centro de la ciudad. No vaya sola, no tome cualquier vehículo, fue la recomendación de la seguridad del hotel. A pesar de que, en Honduras, se comenta mucho sobre la baja delincuencia de Managua y la seguridad de sus calles, Centroamérica no se libra de ese estigma de incertidumbre. El taxista recomendado por el hotel, me explicó, no estábamos lejos del centro de la ciudad, cuando nos deslizamos suavemente entre las luces lánguidas de las solitarias calles. No se adivinaban altos edificios, sino construcciones bajas. Fantasmales siluetas de casas, dándome la sensación de estar pasando por la Colonia El Prado, o la Kennedy de Tegucigalpa, o cualquier lugar de América, como la salida del aeropuerto en Lima, Perú, en donde, en una ocasión, el taxista me llevó por un hatajo para “evitar el congestionamiento del tránsito hacia el hotel”, de varias estrellas, y era tanta la oscuridad y el laberinto de los barrios, que yo estaba segura que, de un momento a otro, sería asaltada. Pero gracias a Dios, no me ocurrió nada. Bajé el vidrio y aspiré el aire tibio de Managua, un aroma a naranjos en flor me devolvió cierta sensación de trópico parecido al de Honduras, más fresco que al mediodía, cuando la temperatura es realmente calurosa, mientras el tránsito se iba congestionando a medida nos acercábamos a nuestro destino. Fue entonces que percibí la visión surrealista de ciertas espirales luminosas, desperdigadas por aquí y allá. ¿Qué es eso? Pregunté al conductor, señalando al bosque metálico flotando, como cabelleras amarillas brillantes en la oscuridad, con sus círculos vibrantes simulando ramas. Ah, son los árboles de la vida, me contestó distraídamente, acostumbrado a esa visión, a diferencia de mi gran curiosidad. Se me antojaban monumentos posmodernos en decadencia, y traté, sin resultado, de encontrarles alguna relación a la Nicaragua socialista en que me encuentro. Más en consonancia percibí, después de una rotonda, al desembocar en una amplia avenida que se inicia con el enorme grabado del rostro chato del venezolano Hugo Chávez; se cambió el nombre de la calzada, “De Bolívar a Chávez”, según me explicó el taxista. Más adelante, sobre una colina, vigilando el panorama, la silenciosa, inconfundible y luminosa silueta de Sandino, diseñada por el propio Ernesto Cardenal, según leí. Y ahora sí, hasta donde abarcaba la mirada, las arabescas contorsiones iluminadas de los Àrboles de la Vida, vibraban independientes, autónomos, en aquella tibia noche de junio, cerca de los reverberos del Lago de Managua. Las singulares estructuras han provocado polémica entre los nicaragüenses: ordenadas por la primera dama del país, vocera oficial del régimen, están cargadas de significado mágico religioso. Según la BBC News, son diseños inspirados de Gustav Klimt, artista austríaco simbolista, cuyos enroscamientos de tipo árabe, significan ojos, falos, símbolos femeninos y otros más, según la interpretación del espectador. Los más prosaicos, simplemente se quejan del gasto de miles de dólares de inversión más energía y seguridad “que podrían ser mejor utilizados” en proveer energía eléctrica a los barrios marginales. La versión oficial, insta a no buscarle vuelta a la vuelta, al simple deseo de alegrar con luces de colores a la ciudad y a la ciudadanía. Sobre luces y sombras, se me vino a la mente, una expresión de Ernesto Cardenal que leí hace mucho tiempo, en algún lado, sobre Cuba, que indicaba mas o menos, que “la Habana es una ciudad triste, si medimos la alegría de una ciudad por la cantidad de luces”. El alto costo de la energía eléctrica de nuestros pueblos hace un lujo mantener a nuestras ciudades iluminadas. Mi mirada forastera, inútilmente buscaba algo más, un hilo conductor que me hiciera comprender el simbolismo de aquellas figuras rituales y místicas y los emblemas de la sangrienta revolución de la cual surgió el país. Lo afín a lo popular, más bien lo encontré, en aquella hora de tinieblas, en el tendido interminable, sobre las aceras, de abigarradas ventas callejeras, cocinas improvisadas de comidas populares, techos de plástico de colores a lo largo de la amplia avenida que hace honor a Chávez y a Sandino. En el viejo centro de Managua destacaba su magnífica plaza iluminada, la antigua catedral, digna, incólume, elegante, honrosamente en pie a pesar de los terremotos. Para entonces, ya había comunicado al taxista mi deseo de regresar, de inmediato, al hotel, al no encontrar por ningún lado vestigios de nada parecido a un evento poético. Me animó la ternura de hombre mayor que es mi taxista, su simpatía viril, con esa voz profunda que les sale del pecho a los nicaragüenses: “No tenga miedo” –me dijo con gravedad-, “yo la acompaño para que busque a su amigo poeta”. En aras de la espera, y sintiéndome más segura, permití que estacionara el taxi y me acompañara en una brevísima vuelta por la plaza, por cierto, bastante solitaria. Un grupo de veinte o treinta soldados, rondaban hieráticamente, como halcones, revisando con la mirada, como si buscaran algo en los rincones del espacio. Cualquier temor hacia los uniformados se desvaneció ante la forma cortés en que nos dieron las buenas noches. De regreso al hotel, después de cierta confianza establecida con mi acompañante, a mi pregunta de ¿qué tal las cosas por aquí? poco le costó desprenderse de algunas intimidades. Confesó cierto desencanto ante la falta de expectativas cumplidas, “promesas fallidas de la Revolución sobre una sociedad mejor”, según lo expresó, en las que él puso tantas esperanzas. Honduras es igual, le digo, a manera de consuelo y realidad. Él continuó: “Todos sabemos estas verdades, y aún así no nos quejamos” me dijo. Mi espontánea respuesta fue de sorpresa ante tal pasividad, proclamándome admiradora del espíritu combativo de los nicaragüenses, pueblo decidido que se alzó para echar fuera a sus malos gobernantes, que no se tocó los hígados para estallar en una revolución total. Él dijo lánguidamente, como hablando consigo mismo y con la misma ronca voz: “Yo fui combatiente”, me dijo. “Entonces era joven. Perdí un hijo, un hermano y varios parientes. Vi morir a tantos amigos, a tantos compañeros que precisamente por eso no me rebelo, porque no ignoro el costo de los muertos”.

            Regresamos al hotel un poco más rápido que a la ida. Al llegar, me despedí de mi nuevo amigo bajo la promesa de que volvería a utilizar sus servicios. Después de ocho días de ir y venir, conversar y discutir, comer, beber y deleitarnos con amigos viejos y otros, recién hechos, antes de partir de Managua, en la soledad de mi habitación, pensé en todo lo vivido: la gente que escuché, lo que viví y aprendí. En la plaza, el monumento a Rubén Darío, la hermosa catedral; la poética Nicaragua que se levanta de su pasado, sus revoluciones y sus terremotos y sus similitudes con Honduras. Pensé en el formidable proyecto de Sergio Ramírez, de crear ese espacio cultural amplio de compartir y dar a conocer la literatura centroamericana bajo el lema “Memoria que nos une”. En su campechana estatura sonriente, como buen anfitrión que es, al lado de su esposa, Tulita, en el mágico patio de su casa de habitación, donde hormiguean poetas, artistas, escritores, teatristas, ensayistas, cinéfilos y más, desfilando a saludar al monumento humano de Nicaragua, fresco, radiante, sonriente Ernesto Cardenal, todo vestido de impecable blanco. Cuando me acerqué a darle la mano, me dijo con frágil voz: “Y tú ¿quién eres?” una admiradora hondureña, contesté, cerca de la vista amable de Gioconda Belli. Sergio clausuró el evento en la casa de sus ancestros, frente al parque central de Masatepe, en medio de un almuerzo sencillo, un guiso típico salido de las manos de su hermana al final de la jornada. Pensé en todo el simbolismo de lo que es común a Centroamérica y, en general a toda la América; en el ruidoso equipo de sonido a todo volumen en el parque central, en las ventas con techos de plástico de colores, las cocinas improvisadas, las comidas populares, que por igual encontramos en Managua, en la tercera avenida de San Pedro Sula o a las aceras de Tegucigalpa, Choloma o Villanueva. Y aquel común denominador, elevándose hacia las alturas, más allá de los contrastes y los signos de pobreza, más allá de los puestos de ventas con sus techos plásticos y rústicas bancas de madera, las vibraciones palpitantes de los corazones iluminados de su gente. La fosforescente alegría humilde del alma nicaragüense, como la hondureña, donde el pulular de miles de gentes hacia sus trabajos dan un ambiente animado aunque otras veces los vientos se vuelvan huracanados cuando salen airadas las protestas, con antorchas o con pancartas, clamando por un mundo mejor, por una sociedad más justa, por mejores oportunidades. Managua me hizo pensar en Honduras, hecha arrecife, acantilado o cumbre a cuestas, de la misma fibra que es común a nuestros pueblos, de arcilla, de piedra, de ilusiones y esperanzas; de lágrimas y arterias iracundas. Tiene razón Sergio Ramírez, Centroamérica tiene muchas cosas en común, no solamente la memoria, sino que las diarias ilusiones, las heridas y los desencantos. Y todo eso es materia de contar.

cacuenta

Arquímedes González (Nicaragua) Marta Susana Prieto (Honduras) Miguel Huezo Mixco (El Salvador) Pedro Rivera (Panamá)

ernestocardenal

Con Ernesto Cardenal.

cacuentagrupo

Mario Gallardo, León Leiva Gallardo, Sergio Ramírez, Stephan Chaumet, Jacqes Aubergy y Marta Susana Prieto.

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Publicado en: En las Noticias, Personajes
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